La historia de Cecilia Cruz comienza en Alemania, donde, al estudiar Biotecnología y descubrir una maestría en Ciencias de la Cervecería, encontró su vocación. “La ciencia de la cerveza es biología y química,” dice Cruz, con el tono de quien contempla el arte en cada levadura y lúpulo. “Fue allá, en Múnich, donde entendí que no es beber por beber; es degustar, aprender, sumergirse en una cultura.”
Con Santo Coraje, Cecilia Cruz se ha propuesto mostrar que en cada sabor hay una historia, una chispa de ciencia y un profundo respeto por la cultura de la cerveza. Para Cecilia, la cerveza es una aventura, una sinfonía de tradición y experimentación, un coraje líquido que reta los límites de lo que conocemos.
¿Cómo decidiste aventurarte en el mundo cervecero?
Para mí, el mundo cervecero nació de una pasión por la ciencia. La ciencia de la cervecería, la ciencia biológica, la ciencia química. Mientras completaba mis estudios en Alemania en biotecnología, descubrí una maestría en Ciencias de la Cervecería. Porque los alemanes tienen eso.
Entonces, estudiaste en Alemania, biotecnología...
Así es, biotecnología es mi carrera oficial. Soy ingeniera en biotecnología, pero mi maestría es específicamente en Ciencias de la Cervecería. Por eso me denomino como maestra cervecera; ese es mi título de máster.
¿Qué te inspiró en Alemania? ¿El Oktoberfest?
No, no, no. Viví en Múnich, donde el Oktoberfest es originario, pero lo que realmente me inspiró fue la cultura cervecera en sí. No es solo beber por beber, sino degustar y aprender. Ese mundo me fascinó, y quería aprender cada vez más.
¿Qué distingue a la cerveza de Santo Coraje de todas esas que probaste en Alemania?
Hay una ley en Alemania, la Ley de Pureza o Reinheitsgebot, que dicta que la cerveza debe hacerse con malta, lúpulo, levadura y agua. En Santo Coraje seguimos esa ley; no añadimos nada para crear alcohol ni químicos. Hacemos la cerveza de la forma más natural posible. Es una cerveza hecha en El Salvador, pero con estándares de calidad alemanes. Nos enorgullece mucho eso.
¿Cómo es el proceso creativo al momento de desarrollar una cerveza?
Es curioso. A veces viene de la nada, como cuando creamos una cerveza de naranja porque pasó un camión gritando “¡naranja, naranja!”. Otras veces, los clientes nos inspiran. Colaboramos con un restaurante en Chalatenango que hace su horchata desde cero, y quisimos integrar ese sabor a una cerveza, lo cual fue un reto por la grasa de las semillas. A veces también es algo personal, como la cerveza de arrayán, que me recuerda a un árbol que tenía mi abuelita. Es un proceso bien íntimo.
¿Cómo funciona tu laboratorio? ¿Experimentas cada temporada?
Me gusta trabajar por temporadas, así aseguramos fruta fresca y buenos precios. Me he prometido no usar químicos. No utilizo pulpas prefabricadas; compramos la fruta directamente de fincas que conocemos. Y el laboratorio, más que para crear, es un centro de control de calidad; la cerveza es un alimento y debe tratarse como tal.
¿Escuchas música al trabajar en tus cervezas?
Sí, mucho. Ahora mismo estoy en mi época de Hozier, mi artista favorito. Para mí, las letras son lo más importante de la música. También disfruto de Rawayana, suena a frutas tropicales. Fue como una coincidencia: tocaron el mismo día que Ricky Martin, y yo fui al de Rawayana. La música realmente es esencial para mí.
Ser maestra cervecera y mujer en este campo, ¿es común en El Salvador?
No, y tampoco en el mundo. En mi maestría éramos cuatro mujeres entre cuarenta hombres. En El Salvador soy la única mujer desarrollando recetas y manejando una planta cervecera. A veces es molesto cuando me sorprenden al hablar, como si no supieran que esta es mi carrera. Pero en general, he tenido experiencias positivas, especialmente en Alemania, donde ser mujer y latina me hacía destacar.
¿Cuál es tu cerveza favorita de Santo Coraje y cuál es tu favorita internacional?
De Santo Coraje, me gusta mucho la de tamarindo. Es una cerveza ácida y refrescante que desafía la idea tradicional de la cerveza como algo amargo y rubio. Internacionalmente, me encanta la Flensburger de Alemania, una botellita que hace “pop” al abrirse. Es más amarga, pero una de mis favoritas.
¿Qué visión tienes del mundo cervecero?
Para mí, la clave está en la variedad. En Santo Coraje hacemos ocho estilos distintos, como la Baltic Porter, una cerveza negra con notas de chocolate y café, sin ser amarga. Me encanta decirle a la gente que no le gusta la cerveza que aún no ha encontrado la suya. Hay más de doscientos estilos en el mundo; lo que importa es explorar y descubrir cuál resuena contigo.