Dark Mode Light Mode
Todo lo que debes saber antes de la MET Gala 2025
Michael Merz, tres décadas tallando presencia en oro y piedras preciosas
Fechas confirmadas de la nueva gira de Bad Bunny

Michael Merz, tres décadas tallando presencia en oro y piedras preciosas

Michael Merz dejó huella por enfrentarse al mundo del tenis en diversas canchas, Copa Davis y Challengers. Fue el primer salvadoreño en inscribirse en el ranking mundial de tenis: puesto 254 según la ATP. Fue un tiempo breve —de 1990 a 1994—, pero suficiente para entender el rigor de lo que dura y lo que se quiebra. Esa es, tal vez, la metáfora más fiel a su segunda vida: la de orfebre.
Fotografía por Kevin Escobar

Hoy, Michael Merz lidera Orfebrería Internacional, una empresa familiar que lleva medio siglo engastando la memoria en metal y piedra. En noviembre de 2024 cumplió 30 años trabajando en el oficio que heredó de su padre, un alemán que llegó a El Salvador en 1968 con una convicción poco común: fabricar joyas en Centroamérica y para el Caribe, sin renunciar a la precisión germánica de su origen.

Antes de eso, Michael se formó en la Selva Negra, en la ciudad de Pforzheim, Alemania, donde se produce el 70 % de la joyería de ese país y también piezas claves para casas joyeras como Fabergé, Chopard, Dior, Cartier, Versace y Tiffany.

Allí, entre limaduras de oro y luz oblicua, aprendió a diseñar y fabricar piezas que hoy se reparten entre vitrinas de lujo y manos discretas. Fue en esa misma ciudad donde su padre estudió junto a Karl Scheufele, quien más tarde adquiriría la casa Chopard. Esa cercanía con el linaje joyero, aunque nunca ostentosa, está incrustada en la historia de la familia Merz como lo estaría un diamante en un anillo: silencioso, pero esencial.

Publicidad

La marca más reconocida de su grupo es Dana & Callena, bautizada con los nombres de sus hijas: Daniela Ana y Carolina Elena. La primera tienda abrió hace poco más de dos décadas en La Gran Vía.

Hoy también tienen presencia en Bambú City Center, y en Guatemala en La Fontabella y Oakland. Pero más allá de las direcciones, lo que distingue a esta casa no es el brillo evidente de sus piedras, sino algo más sutil: el trazo. Cada curva, cada ángulo, cada montura nace de un boceto que Merz guarda como si fueran cartas de amor a la precisión. Y lo son.

El equipo que dirige —decenas de personas— trabaja sobre esmeraldas, zafiros, rubíes, topacios y diamantes, tanto naturales como cultivados en laboratorio. Sobre estos últimos, Merz habla con una honestidad que desarma: “han llegado para quedarse”, dice, “aunque quienes buscan una joya que perdure en significado y valor en su familia, siempre optarán por el diamante natural”. A fin de cuentas, lo que se hereda no es solo el objeto, sino el tiempo condensado en él.

Sus diseños son tropicalizados, sí —ajustados a los colores y climas de un trópico que exige otras texturas—, pero no por eso improvisados. Cada piedra tiene un lenguaje, y Merz parece hablarlos todos. La Wing Collection es ejemplo de ello: una serie con alas como símbolo de libertad y herencia, hecha en cualquier color de metal, con la flexibilidad de quien no produce en masa sino por encargo, por deseo, por emoción.

Hay algo poético en el contraste que habita en Merz: los hábitos de un tenista, acostumbrado a la resistencia y el golpe exacto… y por otro lado, la piedra preciosa con la que prefiere trabajar: una esmeralda, que exige paciencia, precisión y cierta reverencia frente a la fragilidad de la misma. En sus manos, una raqueta Head Radical —la de mayor gramaje— convive con una pinza de joyero y una lupa. Es el equilibrio entre lo que brilla y lo que pesa. Entre lo que corta y lo que engarza. Michael Merz no parece buscar reflectores, y sin embargo, su oficio consiste en capturar la luz.